Un día antes de volver a casa, luego de tres semanas
junto a mis abuelos, tres semanas que ayudaron mucho a tranquilizarme y volver
a mí, pero sin nunca dejar de pensar en Pedro, dejar de extrañarlo y dejar de
preguntarme si hice lo correcto o no. Mientras mi abuela y yo preparábamos la
cena, mi favorita, (porque mi abuela siempre me consentía y esta no iba a ser
la excepción), ella hizo la pregunta que estaba segura había querido hacer
desde que llegue:
—¿Quién es?
—¿Qué? —pregunté fingiendo no
entender, aunque sabía a lo que se refería.
—El que te hizo pensar que pasar
las vacaciones con tus aburridos abuelos era una mejor idea que quedarte y
disfrutar con tus amigos. —mi abuela, siempre tan directa.
—Primero que nada ustedes no son
aburridos, amo venir acá. —dije—. Y segundo no es nadie —mentirosa decía en mi mente.
—Mentirosa. —concordó mi
inteligente abuela—. Dale contame, vos sabes que lo necesitas. —dijo, y estaba
en lo cierto, aunque hablé mucho con Zai sabía que contarle a la abuela iba a ser
diferente, ella tenía mucho más tiempo vivido.
—Se llama Pedro. —dije y deje
escapar un suspiro, antes de comenzar a contarle todo.
—Mira mi amor. —dijo mi abuela limpiándome
las lágrimas que inevitablemente cayeron mientras terminaba de contarle todo—.
Sé que ahora todavía duele, y que pensás que ya no deben estar juntos, porque
te conozco y se lo mucho que te proteges para no sufrir, pero lo que puedo
decirte es que si alguna vez volvés a estar lista para estar con él, u otra
persona, sepas que el amor tiene sus altibajos, que pueden distanciarse, pero
lo que realmente va a importar es que quieran solucionarlo, que logren pasar
esa etapa, perdonarse ambos, porque de eso se trata, de hacer locuras, de meter
la pata, pero lo más importante es que a pesar de esas metidas de pata decidas
que esa persona es a la que querés a tu lado igual.
—Gracias abuela. —fue lo único
que pude decir a través de las lágrimas, teniendo por certeza que esas palabras
las recordaría siempre.
***
—Gracias por aguantarme estas tres
semanas. —dije graciosa pero en serio, mientras me despedía de mis abuelos.
—Te esperamos siempre con los
brazos abiertos princesa. —dijo mi abuelo dejando un beso en mi frente.
—Acordate lo que te dije. —dijo
mi abuela besándome en la mejilla.
—Siempre abuela. —respondí, y subí
al auto donde estaban mis papás que habían subido segundos antes.
—¿Estas mejor mi amor? —preguntó
mi mamá una vez que mi papá arrancó el auto.
—Sí mami. —dije, y era cierto,
estas semanas lejos ayudaron, y lo que mi abuela me dijo ayer aún más—. ¿Y
ustedes? ¿Disfrutaron mi ausencia?
—Muchísimo. —respondió mi mamá y
sabía que estaba bromeando.
—Es más pensábamos en traerte todas
tus cosas para que te quedarás a vivir acá —siguió mi papá.
—Pero luego nos dimos cuenta que
no terminaste el colegio aún y entonces tuvimos que recapacitar —mamá fingió un
suspiro y me eché a reír.
—Sí claro, como si yo pudiera
creer que ustedes pueden vivir sin mí —dije graciosa y todos reímos. Todo el
camino fuimos haciendo bromas o contando sobre lo que hicimos en las
vacaciones, nunca preguntaron porque quise ir con los abuelos en primer lugar.
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